Saturday, August 12, 2006










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Wednesday, August 09, 2006

Asi elijo yo llevarte al extremo del recuerdo,
prologandote en vida, prolongandote en sueño
apostando al día, disminuyendo distancias
parando el tiempo en el apuro, corriendo no tan rápido
llenandome de tu persona, para alimentarme cuando no pueda disminuir distancias,
cuando no pueda prolongarte en sueño...
Aprendiendo y desafiando a la incertidumbre,
jugando con la emoción de la realización de la acción
de caer y revivirnos y volver a caer
y seguir siendo humanos, jugando a hacernos humanos, intentando ser..
Hablando bajito, dejando a los sentidos persivir libremente, intentando no perder un detalle del momento, y llevarlo al extremo del recuerdo...


bastante feo texto para alguien tan increbile con la que soy feliz de estar acompañada
te adoro

Salvador

“Mi nombre es Salvador”, así se presentaba aquel hombre que nunca había salvado a nadie, por más de que su padre le había puesto ese nombre con la esperanza de que un nuevo crepúsculo naciera junto a él. Pasaba los días entre sacudidas de alfombras y escurrones de trapo, haciendo lo que por “alcurnia” le tocaba hacer, soñando con alguna vez, poder ser él el que dé uso y suciedad a esas cuatro paredes que entonces eran oficinas ajenas. Sin ánimo ni dedicación, se daba el lujo de hacerle creer a la gente que lo que limpiaba estaba limpio, don que había bien aprendido de las lecciones de su infancia, en las que su padre le enseñaba sus dotes, y “Volver”, el tango que hasta hoy Salvador tarareaba hasta el atardecer. Era otoño, la estación que lo sacaba de sus casillas; el polvo y las hojas que entraban aumentaban su trabajo, y lo obligaban a dedicarle más esfuerzo a su hábito de disimular la suciedad de entre los papeles, lápices y las tarjetas. Le tocaba limpiar la oficina 201, la que Salvador conocía por sus espejos, rincones y objetos inútiles que, según el dueño, hacían su estadía más cálida y eficiente. Era el dueño, un hombre casi tan importante como desordenado. Al entrar, Salvador sintió la impotencia cotidiana de no saber por donde empezar ni menos por donde terminar su tarea. Evitó esa situación recostándose en la silla, recreando por unos instantes el deseo de estar sentado ahí con los mismos fines que tenía el dueño de la 201. Como parte de su actuación, tomó una lapicera que estaba a su alcance, que parecía ser un típico souvenir, o un recuerdo de algún viaje oriental. Estaba cubierta de jeroglíficos y tenía un color marrón, mezclado con rojo y bordó. En ese preciso instante de tiempo la lapicera comenzó a escribir sobre la mesada y sobre los papeles que estaban sobre ella, sin poder Salvador controlarla. Verbos, artículos, adjetivos y sustantivos se desprendían de la lapicera, la cual escribía sin cansarse, sin reposo ni titubeo, sin agotarse ni terminarse. Y fueron palabras las que escribió, fueron preguntas y fueron respuestas, soluciones a existencias y dudas milenarias, fueron vida y fueron muerte. Esas palabras le adjudicaban a Salvador el poder divino, más poder que el dueño de la 201, más poder que todo aquel que tuviera dos piernas sobre esta tierra, más poder que el que podía caber en la imaginación de Salvador. Sin embargo, el poder es inútil si no se sabe utilizarlo, las palabras fueron poder, como también fueron tan solo dibujos para Salvador. Él tuvo miedo, miedo al poder saber y al poder salvar, y prefirió incorporarse, dejar a la lapicera escribiendo infinitamente y seguir tarareando su tango que lo sacaba de todo apuro y preocupación, como si nada hubiera ocurrido. Y así fue que este hombre volvió a defraudar a su padre, volvió a deshonrar su nombre, volvió nuevamente a hacer uso de su don, ese de disimular, dándose el lujo de haber podido hasta salvar el mundo, y de no haber salvado a nadie.





Solo un trabajo práctico que me gustó hacer y que a Guille Kaufman lo quiero